2’5 Butacas de 5

Si buscamos en el diccionario la primera acepción de mediocre nos dice que es un adjetivo que significa “de calidad media”. Tiene como sinónimas palabras como mediano, común, regular o corriente. Un término medio que no destaca ni por bueno ni por malo.
Y esa es justo la sensación que tuve al ver “La sospecha de Sofía”. Una película que está dentro de la media. Cumple y ya está. Es verdad que viniendo de un director como Imanol Uribe puedes esperar algo un poco más notable, pero también hay que admitir que, la sensación que da, es que no ha habido mucha inversión en la película, ya que el diseño de producción está en el límite de sacarte de la película (usar Madrid como si fuera una ciudad de Alemania, cuando se ven las baldosas tan reconocibles de nuestra ciudad, es para sacarse los ojos) y a veces da la sensación de estar viendo un capítulo muy largo de “Cuéntame cómo pasó”.

Pero quitando esa sensación de película de sobremesa realizada con el piloto automático, tenemos un thriller político muy entretenido y que plantea una trama de espionaje y agentes dobles muy interesante. En ese aspecto, se nota bastante que está basada en una novela donde las tramas suelen estar un poco más trabajadas que en el guion de cine, donde prima lo visual. Hay sorpresas, romances, muertes, traiciones y un mensaje antibélico donde las víctimas siempre somos el pueblo llano. Todo bien. Todo correcto, aunque me fui con la sensación de que esta historia bien contada podría ser un peliculón al estilo “El libro negro” de Verhoeven, pero por desgracia no es así.

A nivel actoral, tanto Àlex González como Aura Garrido defienden bien sus personajes, y Zoe Stein e Irina Bravo cumplen con su cometido, pero hubo algunos secundarios que realmente me sacaron de la película. Me dio la sensación de que no cuidaron mucho esa parte. En realidad, fue una sensación constante de que solo se centraron en lo mínimo para que la película funcionara y ya. De hecho, a nivel cinematográfico no hay nada destacable. Cumple y punto. Película para facturar y ya. De ahí que mi definición de la película sea la de mediocre (en su primera acepción).

Seguramente, el productor (José Frade) se hizo con los derechos del libro en su momento y necesitaba sacarle rentabilidad con el menor esfuerzo posible. Y este es el resultado. Una película con una gran historia detrás, pero que se ha realizado con la ley del mínimo esfuerzo. Para ver en un viaje en autobús o en una siesta de domingo.

