'The Smashing Machine': un gran The Rock en una película sin alma

'The Smashing Machine': un gran The Rock en una película sin alma

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Nunca se ha considerado al ex luchador de WWE Dwayne Johnson ‘The Rock’ un gran actor. Siempre asociado a películas comerciales como la saga Fast & Furious o Jumanji: Bienvenidos a la jungla (2017), tampoco había tenido nunca espacio para lucir su tan cuestionado talento interpretativo. Algo similar le ocurría al comediante Adam Sandler, imposible de tomar en serio por el público como actor por sus papeles cómicos -estigma curioso, por otro lado, el del actor de comedia como mal actor-. Curiosamente, tanto Sandler como Johnson, han tenido un papel más serio y profundo que ha cambiado parte de la opinión que el público tenía sobre sus capacidades. El primero con Diamantes en bruto (2019) y el segundo con la que nos atañe The Smashing Machine (2025), ambas surgidas de la misma mente creativa: Benny Safdie -y su hermano Joshua en el caso de la de 2019-.

Esta vez, sin su hermano como hasta ahora era costumbre, Benny Safdie escribe y dirige la adaptación de la historia real de una de las figuras clave en el origen de la UFC, Mark Kerr (Dwayne Johnson), que con el apoyo incondicional a pesar de sus altibajos de su mujer Dawn (Emily Blunt), llegó a ser campeón del torneo en dos ocasiones. Una historia de ambición y sufrimiento que casa con el tono planteado por los Safdie en sus anteriores películas, caracterizadas por unos personajes masculinos sometidos a una gran violencia y presión vital en distintos ámbitos.

Si bien Dwayne Johnson consigue un nivel interpretativo realmente considerable, lo que no está a la altura sorprendentemente esta vez es la película que, lejos de la mediocridad, no transmite la emoción que una historia de dichas características debería. Por el contrario, nos topamos con una cinta aséptica que permanece demasiado tiempo en el combate sin profundizar en lo personal como hacían otras enormes obras sobre el ring como Toro salvaje (1980) o El luchador (2008). No debe dejar de elogiarse por ello el gran trabajo en la puesta en escena y montaje que se esperaban y cumplen con creces, así como una elección de temas musicales inmejorables, que aportan la mayor parte del escaso carisma del filme.

Podríamos decir que The Smashing Machine narra la historia que pretende bastante bien, pero carece del grado de sensibilidad emocional que precisa. Como un pastel muy vistoso pero insípido al paladar. Avanzas de la mano de su protagonista Mark Kerr, que no abandona el plano casi en ningún momento de la película, y vives con él sus desgracias y alegrías, pero sin tener la sensación de que ni unas ni otras sean realmente algo mayor. Asimismo, la relación entre el luchador y su mujer, fundamental en el desarrollo, tampoco se siente demasiado profunda a pesar de las varias escenas de intimidad que comparten, pues se construye en base a una fórmula ya muy trillada de tensión marital en un contexto de ascenso profesional/personal. Con sus discusiones subidas de tono e inundadas por el ego y sus reconciliaciones románticas, siempre con la mujer como víctima de la irascibilidad del protagonista. Creo que es bastante más interesante la relación entre Kerr y su amigo y rival Mark Coleman (Ryan Bader), que pone en alza un valor tan esencial como la amistad, difícil de sostener en un contexto tan virulento y competitivo. Los logros de los amigos deben sentirse como logros propios.