'Tron: Ares': La IA cobra vida en el mundo real

'Tron: Ares': La IA cobra vida en el mundo real

3’5 Butacas de 5

Hay películas que corren tan rápido que no te dejan respirar, “Tron: Ares” es una de ellas, ¿por qué frenar cuando tienes una de las atracciones más rápidas de Disney? Desde los primeros minutos, Joachim Ronin pisa el acelerador sin mirar atrás. No aburre, ni un segundo, pero en su velocidad pierde algo esencial, la emoción.

La historia comienza cuando Julian Dillinger (Evan Peters), empeñado en encontrar el código de permanencia que le permitiría trasladar el mundo digital al real, crea a Ares (Jared Leto), el programa perfecto y control maestro, diseñado para ayudarlo a cumplir su objetivo. La idea es potente, pero su ejecución se queda corta.

Greta Lee da vida a Eve Kim, la CEO de ENCOM, y aunque su personaje promete ser el alma moral de la película, nunca termina de conectar. Su relación con Ares se construye a toda velocidad, sin el desarrollo que haga creíble esa cercanía. Dillinger, hereda el legado de su abuelo (el villano de la primera entrega) y Evan se nota cómodo en esa línea gris entre el poder y la obsesión. Y claro, Jeff Bridges vuelve como Kevin Flynn, aportando ese aire casi mítico que siempre eleva cualquier escena en la que aparece.

El guion vuelve a caer dentro de las mismas preguntas que sus antecesoras, qué significa y qué nos hace humanos, la relación máquina hombre, dónde acaba el creador y empieza la creación y qué ocurre cuando una inteligencia artificial toma conciencia de sí misma y decide cruzar la frontera hacia el mundo real.

Así mismo, nos presenta un triángulo de diferencias interesante, entre la red de ENCOM, la red Dillinger y la red Flynn. Ahí la película alcanza su mejor versión. Cada plano dentro del mundo digital se siente, el neón vibra, el aire parece eléctrico, y por momentos hasta puedes oler el código. Es en ese universo donde irónicamente “Tron: Ares” se siente más viva. Pero cada vez que salta al mundo real, la historia pierde fuerza, se vuelve más predecible y superficial. Incluso las secuencias de acción, las peleas, y las persecuciones, convencen más dentro de la red, que en el mundo real.

Visualmente, es un gran acierto. La dirección de fotografía es impecable, probablemente de lo más avanzado en cine digital hoy. Se nota que han usado cámaras de última generación para potenciar ese brillo sintético. Pero, aunque deslumbre, no logra superar la elegancia nostálgica de “Tron: Legacy”. Lo mismo pasa con la música, Nine Inch Nails entrega un gran trabajo, oscuro, industrial, sucio, en perfecta sintonía con el tono de la cinta. Pero claro, competir con Daft Punk era casi imposible. El soundtrack se disfruta, pero no se queda en la piel.

Es una secuela independiente que respeta el legado sin esclavizarse por él. Está llena de guiños visuales y sonoros para los fans, y deja la puerta abierta a una continuación más ambiciosa. Pero lo que necesita, más que efectos o guiños, es tiempo emocional, esos minutos extra para dejar que los personajes respiren, sientan y nos lleven con ellos. Al final, es un espectáculo visual brillante, una película que deslumbra más de lo que conmueve. Y aunque no alcance la grandeza de Legacy, mantiene vivo el pulso de una saga que sigue preguntándose qué nos hace humanos, incluso cuando cada vez somos más un código.