'Un simple accidente': ¿quién es el monstruo?

'Un simple accidente': ¿quién es el monstruo?

4’5 Butacas de 5

Este viernes 17 de octubre se estrena en cines de España Un simple accidente (2025), la película ganadora de la Palma de Oro de Cannes este año que termina de consagrar al grandísimo director iraní Jafar Panahi. Después de dirigir en 2022 la maravillosa Los osos no existen, retoma la punzante crítica sobre el régimen y sociedad de su país hilando comedia, drama y tensión de la manera más ingeniosa posible.

En ocasiones es mejor saber lo menos posible de una película antes de verla, por lo que de la siguiente solo mencionaré que todo empieza con un desafortunado accidente, tal y como el título indica. El cineasta iraní Jafar Panahi, se sirve de una premisa tan sencilla y aparentemente inocua para articular un discurso tan monumental como aterrizado, pues las grandes cuestiones vitales en la mayoría de ocasiones atañen a las personas más de a pie. De manera similar a como lo hicieran otros cineastas compatriotas como Asghar Farhadi en sus obras maestras A propósito de Elly (2009)o Nadar y Simin, una separación (2011), o el propio Panahi en Los osos no existen (2023), el director toma un hecho concreto que involucra a varios personajes para sacar a relucir tensiones morales y políticas que afectan a todo el país.

La puesta en escena de Panahi absorbe desde la primerísima escena, con un plano secuencia de una familia conduciendo en la oscuridad de la noche, en que la falta de información contextual acrecienta aún más el interés por la acción. Desde este momento -el primero de todos- esta se convierte en una de las mayores virtudes de la cinta, señal de un impecable guión. Me refiero a la cuidadosa selección sobre la información otorgada al espectador y personajes, de forma que cada palabra y gesto están medidos para no destensar en ningún momento la soga que constriñe -dentro y fuera de la pantalla- a los participantes de los acontecimientos. Todo se descubre a su debido tiempo y el interés no decae en ningún punto. El plano secuencia recibe un uso realmente potente durante la película, sin dar la sensación de emplearse de modo chulesco como suele ocurrir, y eleva los momentos de mayor crudeza, como la secuencia cuasi final, sin cortes ni variaciones de angulación; en que la creciente rabia contenida de los personajes durante el día natural que dura el tiempo en la ficción acaba estallando de manera incontenible. La puesta en escena es insuperable.

Otro síntoma de maestría resulta la metódica disposición de alivios cómicos a lo largo del filme. Puntos de descanso que, aunque a priori no resultan necesarios, hacen de Un simple accidente algo más humano, desenfadado y, ciertamente, realista. Además, tiene momentos genuinamente graciosos como “la propina con datáfono a los policías”. Pero, huyendo de lo concreto, la mixtura tonal es un gran acierto y ayuda a recuperar el resuello por el inhumano y crudo general de la película. Un drama absoluto que refleja las heridas ocultas de la sociedad iraní bajo una aparente normalidad visible como, por ejemplo, la de una familia viajando en coche.

Un simple accidente trata sobre la violencia más aterradora, la estructural, la estatal. Y, sobre todo, retrata la lucha de la sociedad por mantener su dignidad frente a la normalizada mancillación gubernamental. Todos los personajes de la historia son gente corriente -un mecánico, una fotógrafa de bodas, la novia de la boda-, a la que un día marcaron de por vida y que Panahi muestra, como lo hiciera en su día Sam Peckinpah en Perros de paja (1971), la manera en que son capaces de sublevarse con tal de recuperar su valor. ¿Quién es el monstruo, el que busca cerrar la herida o el que la causó? Puede que al final ambos cometan actos monstruosos y el director juega a establecer un juicio abierto para el espectador, pero hay una clase de ellos que nunca desaparece. El plano final es aterrador y no me imagino una mejor conclusión.