4 Butacas de 5

¿A quién le corresponde el acto de crear? ¿Acaso moldear lo que no sirve para que imite e incluso sustituya provisionalmente la experiencia de la vida no es un acto de profunda belleza? La creación va ligada a lo que somos, sin embargo, esconde un reverso tenebroso. Jugar a ser Dios tiene sus consecuencias; delirios de grandeza; expectativas incumplidas; rechazo de lo creado y una responsabilidad que, de no ser acometida, acarreará monstruosas consecuencias. Guillermo del Toro ha sido y sigue siendo un creador total. Dentro de su cabeza bullen universos, mundos, criaturas inconcebibles. Su poder se extiende allá donde la punta de su lápiz se posa. Frankenstein no es sino su obra magna, la película que condensa cuarenta años de inmensa creatividad; cuarenta años repletos de creaciones imperfectas, monstruosas y abominables; todas y cada una de ellas con una característica común: su incuestionable alma humana.

El Dr. Víctor Frankenstein (Oscar Isaac), un científico brillante pero egocéntrico, da vida a una criatura (Jacob Elordi) en un experimento monstruoso que finalmente conduce a la perdición tanto del creador como de su trágica creación.
Frankenstein es una tragedia. La película retrata el auge y caída de un creador demasiado ensimismado con el acto de crear en sí mismo y no con sus consecuencias, de las que no tiene reparo en deshacerse en cuanto no haya nada de su interés. Al mismo tiempo, la película reflexiona sobre la vida y la muerte, la humanidad y la procedencia de sentimientos tan fuertes como el odio, la ira, el amor o la bondad. Guillermo del Toro recoge a la perfección el guante de seda de Mary Shelley y lo engrandece insuflándole un universo único.

A través de imágenes muy cuidadas, Frankenstein enarbola una atmósfera de cuento clásico, incluso de leyenda. Los relatos de sus dos protagonistas se abren paso a través de un mundo rico en detalles y cargado de simbolismos. Guillermo del Toro conoce la esencia del material de origen consiguiendo, al mismo tiempo, plasmar sus inquietudes como creador. ¿Hasta dónde es capaz de llegar la ambición humana?
Frankenstein reflexiona sobre aquello que mueve el mundo; ideales, constructos, máximas imperativas que no sirven para otra cosa que para tratar de dar orden a una realidad a la que somos incapaces de domesticar. La naturaleza se escapa de nuestros límites y es nuestro afán por dominarlo todo el que nos obliga a convivir con la frustración del creador incapaz de entender aquello que siente.

A través del cuerpo deformado de un grandioso Jacob Elordi, Frankenstein también reflexiona sobre el poder de la mirada, la construcción de los relatos de odio y los prejuicios ante lo diferente. El monstruo es monstruo porque no encuentra su hueco en una sociedad que lo rechaza. La criatura no halla consuelo en su creador, ni siquiera en una muerte que le es negada, por lo tanto, el único camino posible es la ira.
Frankenstein es una obra total, una película muy entretenida que sumerge al espectador en un mundo de orfebrería. Guillermo del Toro pone todo sobre la mesa para retratarse a sí mismo, como un creador, una especie de Dios todopoderoso que calma sus ansiedades a través de la creación.

