'La larga marcha': la hermandad como único premio

'La larga marcha': la hermandad como único premio

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El camino solo tiene un fin y ese no es otro que la muerte. La larga marcha adapta una de las primeras novelas de Stephen King, un desgarrador relato sobre la hermandad, la empatía y la amistad. Una historia seca, vacía de cualquier ornamento que utiliza la angustia de un final imprevisto pero inevitable para mantener una tensión asfixiante. La larga marcha es la aceptación de una muerte que siempre llega y ante la que nadie está preparado.

En un futuro distópico, cien adolescentes participan en una competición conocida como “La larga marcha”, donde deben caminar sin descanso: si se detienen o reducen la velocidad de la marcha, mueren. Al final, solo uno sobrevivirá.

De manera inevitable, La larga marcha funciona como una metáfora de la vida, un camino por el que discurrir sin conocer el final, pero siendo conscientes de su fría e inevitable presencia. La película desnuda a unos personajes que inician una travesía peligrosa que, de alguna manera, los hermana. Porque cuando nos situamos al borde del abismo, aquello que aflora es nuestro amor por la vida, por el otro y por uno mismo.

Esta es una película cruda que se vale del suspense generado por su, en apariencia, simple mecanismo para hacer avanzar una trama llena de momentos emocionantes. El pulso no decae y el ritmo de la marcha se mantiene constante en una cinta que pone toda la carne sobre el asador. Política, familia y amistad. Temas tan profundos como dolorosos cuando el final está tan cerca. Hay algo dentro de esta película que desprende una indudable humanidad sana. Una oda a la vida y a la vida en hermandad. Porque cuando todo se vuelve oscuro, cuando el camino se empina y se llena de baches, a veces lo único que necesitamos es un hermano.

El reparto de La larga marcha funciona como un reloj suizo, un crisol de personalidades que colisionan en un evento que los pone uno enfrente del otro y de sí mismos. Cada muerte se siente propia y la empatía gana enteros a un odio que se diluye a medida que se acerca al final. Pero sin duda, los que destacan son unos inspiradísimos Cooper Hoffman y David Jonsson que, elevados por unos diálogos cargados de contenido, sostienen el peso dramático y simbolizan la balanza desequilibrada a la hora de enfrentarse al inevitable destino.

La larga marcha es una historia de la vida. Una película que indaga sobre el origen de la amistad y profundiza en nuestra siempre compleja relación con la muerte, el final de un camino largo y tortuoso.