'Die my Love': un retrato psicológico y emocional sobre los límites del amor

'Die my Love': un retrato psicológico y emocional sobre los límites del amor

2’5 Butacas de 5

Jennifer Lawrence es una de las mejores actrices de su generación (junto con Margot Robbie, claro). Se entrega por completo a cada papel y no le importa ni su imagen ni el género de la película, porque siempre va a por todas. Puede que su pico de popularidad llegara con la saga de “Los juegos del hambre”, interpretando a la mítica Katniss Everdeen, y siendo nominada cuatro veces al Óscar, alzándose con la preciada estatuilla en 2012 por “El lado bueno de las cosas”.

¡Tras una etapa algo más irregular —con “Mother!” como el punto más experimental de su carrera—, Lawrence decidió tomarse una pausa, precedida ya por una menor actividad en los últimos años. Con “Die My Love” vuelve por todo lo alto gracias a su selección en Cannes, con una propuesta que sigue un camino alejado de las convenciones. Ha disfrutado de las mieles de la taquilla, pero no quiere estancarse, algo similar a lo que ocurre con la carrera de Emma Stone.

La cinta de la cineasta inglesa Lynne Ramsay presenta a una joven pareja formada por Jennifer Lawrence y Robert Pattinson que se muda de Nueva York a una vieja casa en la aislada Montana, una vivienda que parece maldita, pues el familiar directo del que la heredan se suicidó de un disparo con su propia escopeta. Esta decisión, en principio esencial para que la pareja funcionara, acaba provocando un cataclismo. Grace se muda para escribir una novela y Jackson por motivos laborales, además de para disfrutar de la naturaleza. Con el paso del tiempo tienen un bebé y adoptan un perro, pero su vida se vuelve cada vez más caótica: alcohol en exceso, aislamiento y una relación en plena descomposición, en la que el personaje de Pattinson se convierte en el corazón de la película. Es un hombre ausente, pero cuando percibe los problemas psicológicos de su pareja, decide tomar las riendas.

Quizás juntar a dos estrellas de este calibre auguraba un éxito tanto de taquilla como artístico; sin embargo, el resultado es un proyecto irregular, ambicioso y alejado del gusto mainstream. Ambos actores figuran también como productores, lo que explica el riesgo asumido y el evidente disfrute durante el rodaje. Especialmente Jennifer Lawrence se lo pasa en grande en cada plano, ofreciendo un auténtico recital con un personaje psicológicamente tan complejo y perturbador, actuando no con la cabeza sino con las vísceras: teniendo sexo, bebiendo cerveza, golpeando a Pattinson, bailando, gritando o simplemente dejándose llevar por el impulso.

El reparto lo completan Sissy Spacek —que está trabajando bastante últimamente, algo muy de agradecer— y un Nick Nolte que, con apenas un par de apariciones, deja al espectador con la boca abierta. Qué gran intérprete ha sido siempre y qué poca consideración se le tiene.

La película es muy psicológica y expresiva; casi podría ser una obra de teatro alternativa por su desarrollo, además del uso de la casa como un personaje más, un ente que fagocita las vidas de los protagonistas desde un punto de vista cercano al terror. Numerosas escenas basadas en diálogos, momentos visualmente potentes y una acertada selección musical le otorgan cierto valor a la propuesta de Ramsay, aunque resulta bastante inferior a “You Were Never Really Here”. En esta ocasión no cuenta con un texto literario tan potente al que aferrarse, lo que da lugar a una historia más débil y con ciertos momentos tan pasados de rosca que pueden provocar incluso una risa involuntaria en algunos espectadores. Lawrence sigue arriesgando y aunque no acierta del todo ella nos entrega un fabuloso trabajo fuera de los márgenes de Hollywood y es de agradecer.