3’5 Butacas de 5

“Basado en hechos reales” puede ser un arma de doble filo: un filón para los más morbosos y la excusa perfecta para conseguir dinero fácil, según el productor del estudio de turno; o, por el contrario, una realidad que hay que adaptar para convertir lo anecdótico en relato y evitar caer en lo de siempre, en esos grandes éxitos de la vida o del acontecimiento de turno. Una persona o un evento llamativo y real se condensan en una ficción destinada a llenar asientos bajo la premisa de profundizar en unos hechos que ya hemos visto en la televisión, en las redes sociales o en el periódico.

Derek Cianfrance es un director estadounidense formado en la escena indie, muy en la línea del oscarizado Sean Baker, entre otros. Su pulso narrativo es muy potente, y sus historias suelen ser relatos viscerales que muestran las miserias de sus protagonistas, centrados en el conflicto y la psicología. Como ejemplos están películas como Blue Valentine o Cruce de caminos, así como la serie para HBO La innegable verdad, con un Mark Ruffalo impresionante en un doble papel.
Con estas características, resulta curioso que el cineasta haya optado por un film de encargo bastante vitalista y con la comedia como punta de lanza, aunque, como ocurre con todas las películas de Cianfrance, es más de lo que parece a primera vista.

En el caso de Roofman: Un ladrón en el tejado, el director centra el tiro en Jeffrey Manchester, un personaje tragicómico con muchas habilidades desperdiciadas por su carácter y su falta de ambición. No es hasta ver la decepción en el rostro de su hija cuando decide utilizar sus skills para robar en más de una veintena de McDonald’s mediante un modus operandi basado en escalar el edificio, colarse por el techo y, a punta de pistola, robar amablemente a los dependientes (algo que define tanto a su álter ego como a su vida corriente).
Pero, por muy listo que seas, siempre cometes errores, y Manchester acaba apresado y cumpliendo una condena que lo separará de su familia, su única razón de ser. Al poco tiempo, escapa de la cárcel y se asienta en un Toys “R” Us, lo que nos lleva a lo mejor de la trama: una especie de Solo en casa en una juguetería donde, mientras la policía lo persigue, él vive a cuerpo de rey a base de M&M’s, ropa de superhéroes y una bicicleta con la que se desplaza cuando quiere darse una vuelta.

Es el microcosmos de la tienda el que nos presenta a una serie de personajes secundarios que son de lo mejor de la cinta: Kirsten Dunst como interés amoroso y el malvado jefe, el siempre genial Peter Dinklage, además de otros roles que nutren el relato y ayudan a desarrollar a los personajes principales. La historia muta del thriller al drama romántico, pero siempre con la trama de los hurtos como telón de fondo, hasta que llega un momento en que Jeffrey debe elegir qué vida quiere para su futuro, y es entonces cuando todas las tramas confluyen en una misma dirección.
La historia funciona a las mil maravillas: es entretenida y tierna, y con una ambición justa consigue sacar jugo a la propuesta de Cianfrance. Tatum firma uno de los mejores papeles de su carrera —lo cual no es decir mucho— y Kirsten Dunst está encantadora, consolidando una etapa de madurez en la que está ofreciendo algunos de sus mejores trabajos.

Una oportunidad de volver a los noventa y disfrutar de las desventuras de un ladronzuelo que conmueve y hace reír sin demasiada pretensión, con una fórmula muy conocida… pero ojo: todo esto pasó porque está basado en hechos reales.

