3’5 Butacas de 5

Este viernes 19 de diciembre se estrena en cines de España Avatar: Fuego y ceniza (2025), la tercera entrega de la exitosa saga en la que James Cameron lleva tantos años sumergido y que a tanta gente consigue atraer a la taquilla. Veremos si el fenómeno se mantiene con esta nueva película, que, sin desvelar demasiado, cumple con la espectacularidad esperada sin aportar demasiada novedad.

Mientras la familia Sully se recompone de la trágica muerte de Neteyam (Jamie Flatters), un nuevo clan Na`vi poco amistoso liderado por la despiadada Varang (Oona Chapplin), se alía con Miles Quaritch (Stephen Lang) para destruir a los Metkayina y capturar a Jake (Sam Worthington).

En algún momento de su carrera, James Cameron decidió que era buena idea dedicar varias décadas de su vida a desarrollar una saga de ciencia ficción que, además, no es muy buena y no se puede comparar con los títulos que nos entregó a principios de su filmografía (Terminator, Aliens: El regreso). No obstante, y una vez asumida la existencia de estas películas, es innegable su enorme atractivo lúdico y el disfrute que reportan, llegando a conseguir que incluso más de tres horas de metraje no harten. El gran mal de esta saga, tal y como demuestra por segunda vez Cameron con su nueva película, es su falta de capacidad para reinventarse. Avatar: Fuego y ceniza es lo mismo que hemos visto en sus dos predecesoras. Esto sucede principalmente porque todo el esfuerzo tras la obra parece enfocarse en los efectos especiales y el aspecto visual, relegando a un segundo plano algo tan importante como el guión y la propia historia. Al final, es lo mismo una vez tras otra: Na´vi contra humanos combatiendo por la preservación de su especie. Sin aristas ni conflictos morales internos. Puro maniqueísmo. Aunque, la de este año, incorpora algunos elementos que funcionan mejor que en las anteriores y me hacen valorarla como la mejor de la incipiente saga.

La acción es espectacular e inmersiva, más aún en una gran pantalla IMAX y formato 3D, que es como está pensada consumirse Avatar. Las horas pasan volando y eso es incuestionable. Se trata de un modelo comercial que entiende el cine como espectáculo y fenómeno -esto puede dar lugar a un debate bastante amplio sobre las motivaciones del arte y el cine pero no voy a entrar en ello-, y como tal cumple con creces. Este carácter ocioso ya se encontraba en las otras dos películas, no obstante, Avatar: Fuego y ceniza, cautiva de una manera distinta al introducir en el conflicto una guerra de clanes Na´vi por primera vez en el universo de Avatar. Surgidos de tierras yermas y volcánicas, los liderados por Varang se alían con humanos para atacar a los de su propia especie, instalando así una nueva disputa moral que aporta cierta frescura. Además, Varang, con su carisma y maldad, tiene una presencia arrolladora que la convierte en uno de los mejores personajes de las tres películas.

Lo nuevo de Cameron no inventa nada, mantiene los conflictos y desarrollo argumental cuasi infantiles de sus predecesoras, con acción desenfrenada -se echa en falta algo más sanguinario y salvaje, eso sí- y decenas de planos por minuto, y una música incidental de Simon Franglen que no cesa en casi todo el metraje llegando a hacerse cansina -algo típico de esta clase de cine comercial-; pero, al margen de todo esto, que era posible saber antes incluso de ver la película, Avatar: Fuego y cenizas actúa como inmejorable entretenimiento y espectáculo si se observa con los ojos necesarios. La mejor de las tres. Eso sí, me pregunto cómo resurgirá Quaritch esta vez, porque está claro que lo hará, como cada una de las veces que parece evidente su muerte.

