'La Gran Mentira': cuando lo imprevisible no es sinónimo de calidad

'La Gran Mentira': cuando lo imprevisible no es sinónimo de calidad

3 Butacas sobre 5

La carrera de Bill Condon es una montaña rusa cinematográfica en la que tan pronto te encuentras pequeñas joyas y proyectos de autor (Dioses y monstruos, Mr. Holmes, Kinsey) como la madre de todos los blockbusters (Crepúsculo: Amanecer partes I y II, La Bella y la Bestia). Ahora, La gran mentira lleva el cine de Condon a un nuevo nivel de bipolaridad: no es fácil conseguir que una película predecible parezca forzada al mismo tiempo, ni saltar alegremente de una escena que es puro cine a otra que podría haberse arrancado de un telefilm de los de los sábados por la tarde.

El conjunto, en definitiva, es extraño. Porque La gran mentira tiene muchos elementos de indudable mérito, empezando por un reparto estelar: Helen Mirren e Ian McKellen están espléndidos, completando sendas interpretaciones cargadas de registros y matices. Toda una lección para las nuevas generaciones por parte de dos titanes capaces de saltar de una emoción a la opuesta en medio fotograma.

Parece casi justicia poética que sea durante la presentación de los protagonistas cuando la película brilla con más fuerza. Los quince primeros minutos son milagrosamente magistrales, con un montaje y una fotografía soberbios que se ponen al servicio de ese primer contacto con los personajes de Mirren y McKellen. A partir de ahí, y aunque no puede decirse que el film flojee en los aspectos técnicos, tampoco vuelve a recuperar un nivel que, en el peor de los casos, bastaría por sí mismo para reivindicar La gran mentira como un producto más que notable.

Por desgracia, el guion va deteriorándose progresivamente hasta llegar a un punto de no retorno. La premisa es interesante, pero para el segundo acto ya ha acumulado demasiadas decisiones cuestionables como para no dudar de la estabilidad del conjunto. El colofón llega con una recta final imposible de describir sin caer en spoilers, pero en la que ninguno de los giros argumentales convence: uno por obvio, y el otro por impredecible en el peor sentido del término. Para colmo, detalles en apariencia insignificantes que podrían haberse omitido de la explicación por irrelevantes son enfatizados de manera absurda, dando al conjunto una apariencia de castillo de naipes al que le sobran cartas.

Una vez asimilado el golpe, lo cierto es que las sensaciones que deja la película no son tan terribles como quizá cabría imaginarse por estas líneas. La gran mentira se salva ante todo por su reparto, pero entre la selva que es su trama pueden rescatarse escenas muy poderosas que de algún modo compensan esos desbarajustes. Un consejo, eso sí: evitad ver el tráiler o leer siquiera la sinopsis oficial que se está publicando en las carteleras de varios cines, porque rozan el destripe gratuito.