'Star Wars IX': el descenso de Abrams (a los infiernos)

'Star Wars IX': el descenso de Abrams (a los infiernos)

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Corría el invierno de 1995 y un tierno infante de 4 años se disponía a ver, por primera vez y en pantalla grande, una película llamada Star Wars, sin saber hasta qué punto ese día influiría de manera determinante el resto de su vida, pues no tardaría en nacer en sus entrañas un enorme e indomable amor por el cine, un amor que le condujo, décadas después, a llevar a cabo estudios relacionados con el séptimo arte e iniciar una carrera profesional ligada a este en distintas vertientes.

Veinticuatro años después, ese niño, ya un poco más alto pero con la misma ilusión que le caracterizaba antaño, fue a ver la última de las trilogías de la misma saga, una trilogía compuesta por los episodios VII (El despertar de la fuerza), VIII (Los últimos Jedi) y IX (El ascenso de Skywalker). Tras ver el último de los episodios, la ilusión que llevaba consigo a la entrada de la sala se tornó en enfado, decepción, desolación, cólera, ira, odio, sufrimiento y muchos más sentimientos de los quellevan al lado oscuro, donde parece que la franquicia de George Lucas se ha instalado desde que la adquirió el ratón más poderoso del mundo.

Y es que son pocos los aspectos que se pueden rescatar de este fin de fiesta aguado, arruinado por J.J Abrams, que aquí, al contrario que en la otra franquicia espacial, fracasa estrepitosa e irremediablemente, tanto en la realización como, y aquí, sobre todo, en el guion. Sin hablar mucho de la trama (cualquier cosa que diga puede considerarse spoiler teniendo en cuenta la historia que ofrece), es más que palpable que el libreto de este episodio IX de Star Wars hace aguas por todas partes, tanto en estructura como en narrativa, pues El ascenso de Skywalker no es más que un deus ex machina hecha película, todo lo que sucede es fanservice de la peor calaña y, lo que es más preocupante: ni tienen lógica muchos acontecimientos de los que aquí suceden ni parece que importe ni a los guionistas J.J Abrams y Chris Terrio (que han escrito uno de los libretos más sonrojantes que un servidor ha visto plasmado en una pantalla) ni a muchos de los aficionados de la saga, pues parece que en este film, cuantas más referencias a los capítulos pretéritos de la saga aparezcan, mejor que mejor, no vaya a ser que alguien con un mínimo de criterio y sapiencia cinematográficos se dé cuenta del roto, en la trilogía en particular y en la saga en general, que esta película supone; un roto que viene precisamente de querer arreglar otro roto (en comparación a este, mucho menor) que para muchos fans constituía el anterior episodio: Los últimos Jedi (Rian Johnson, 2017). Pero si obviamos el previsto fanservice y las múltiples incongruencias que contiene el guion, nos queda un relato que empieza destripando lo que podría ser sorprendente (más si la desastrosa campaña de marketing no hubiera destapado la presencia de cierto personaje mítico), banalizando y desacralizando algunos personajes, aspectos y valores propios de la saga en cuestión y continúa con una misión desprovista de todo interés y enjundia para terminar la primera mitad con una batalla que, lejos de ser lo épica que se desearía, deja la sensación de que lo que debería ser la parte final de la película se presenta prematura y precipitadamente, iniciando a la mitad de metraje lo que debería ser el último tercio. Así pues, tenemos un guion no sólo incoherente e inverosímil, sino también mal estructurado. Si a esto le añadimos unos diálogos absurdos, infantiles e incluso impropios de algunos de los personajes que ya conocemos de otras cintas (chistes estúpidos propios de Disney incluidos), nos queda un insulto al público en toda regla.

Pero no se preocupe, querido espectador, si usted es uno de esos fans que consienten todo tipo de sacrilegios que el director/guionista de turno tenga guardado bajo la manga para mostrar y demostrar trucos de magia de lo más pedestre, puede que disfrute del viaje, pues El ascenso de Skywalker no deja de ser un cúmulo de personajes queridos por los aficionados y decenas de guiños hacia los anteriores ocho episodios insertados con brocha gorda; o mejor dicho: hacia siete de los ocho episodios anteriores, pues es más que notorio el afán de Abrams por enmendarle la plana a Rian Johnson (que nos dejó el mejor episodio a nivel visual pese a las grandes carencias de su atrevido y revolucionario guion), dejando en un papel secundario personajes que en la anterior entrega de la saga eran importantes y dando dudosas y fortuitas explicaciones a muchas de las cuestiones que el fan se planteaba durante esta trilogía que ahora termina. Del final de algunos personajes mejor no hablamos por dos motivos: evitar spoilers y evitar recordar ciertas decisiones de vergüenza ajena.

Si hablamos del apartado de dirección, la realización de Abrams naufraga entre lo rutinario y lo cobarde, en consonancia con el guion que tiene entre manos. En cuanto a la dirección de actores, entre inexistente y desapercibida, no sobresale en ninguno de los pasajes de la cinta que nos ocupa (y ni siquiera nos deja planos que se asemejen a la calidad técnica de Los últimos jedi) . Así pues, tenemos unos Adam Driver y Daisy Ridley que, conociendo lo plano que son (y siempre han sido) sus personajes, intentan defender los papeles de Rey y Kylo lo mejor que pueden. Una pena que Driver, que debería contar con un protagonismo mayor, quede relegado a un segundo plano en gran parte del film pese a su relevancia en la resolución del mismo. Más triste es que siga siendo mayoritariamente conocido (y así seguirá siendo hasta que el gran público se interese más por otro tipo de cine) por el personaje más limitado de toda su carrera (ahí están Jarmusch y Baumbach para rescatarlo y sacar lo mejor del actor).

Podría hablar de muchos otros aspectos de El ascenso de Skywalker, pero prefiero que seas tú, querido lector, quien siga comentando acerca de la que será, con total probabilidad y por desgracia visto lo visto, la película más taquillera de este invierno, una película que, en su cobarde intento de agradar a los fans, enardecerá los peores instintos de muchos aficionados incondicionales de la saga Star Wars.