'Malasaña 32': Antes de los hípsters, había fantasmas

'Malasaña 32': Antes de los hípsters, había fantasmas

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A finales de los años 70, una familia española se instala en Madrid en busca de una vida mejor… pero lo que no esperan es que la casa que acaban de adquirir esté ocupada por una presencia sobrenatural. Hasta aquí, quizá lo más interesante de la nueva propuesta de Albert Pintó sea esa ambientación castiza que tan bien ha funcionado en otras películas de género recientes como Verónica (Paco Plaza, 2017).

Al margen de esto, lo cierto es que Malasaña 32 parece un ejemplo paradigmático del tópico de las casas encantadas: una sucesión de fenómenos paranormales que va in crescendo hasta que la situación se vuelve insoportable, una fijación del ente por los pequeños de la casa, espíritus poco agraciados físicamente, subidas de volumen imprevistas para arrancarle algún susto al espectador… Lo cual, ojo, no es malo de por sí. Muchos de esos sustos funcionan, y, aunque otros resulten más predecibles, esos momentos de tensión genuina ya bastarían para contentar a los aficionados más acérrimos de este tipo de cine.

La deuda con Poltergeist (1982) o Terror en Amityville (1979) es evidente, sí, aunque la localización española le da un toque personal que se agradece. Al contrario de lo que sucede con películas y series acostumbradas a explotar el factor nostalgia (uno piensa por ejemplo en Stranger Things y su constante bombardeo de marcas retro y referencias culturales ochenteras), Malasaña 32 es efectiva precisamente por su discreción: son los pequeños detalles los que nos transportan poco a poco a los años 70, en lugar de tirárnoslos a la cara.

Por otro lado, como aspecto más positivo hay que señalar un reparto en estado de gracia. Puede que Begoña Vargas sea la que se lleve la mejor parte por ser su personaje (Amparo, la hija mayor de la familia) quien sirve de hilo conductor para la historia, pero obviando eso cuesta trabajo destacar solo a uno de los Olmedo. Rematan el elenco dos secundarios de lujo como son Concha Velasco, que se estrena en el género, y Javier Botet, que a estas alturas ya es el actor español más polifacético del cine de terror actual.

Pero Malasaña 32 no se queda ahí. Si bien nunca intenta escapar de las convenciones impuestas por su fórmula, a medida que la trama se va desarrollando se hace evidente la existencia de un potencial interpretativo bastante más rico de lo que pudiera parecer en primera instancia. El contexto de la Transición española, una sorprendente reflexión sobre la naturaleza de la familia protagonista y un giro final imposible de referenciar sin hacer spoilers, pero que evoca de manera inmediata dos clasicazos del cine de terror: suficientes elementos, en definitiva, como para que la película deje poso y no caiga en el olvido nada más terminar de verla.