'La Llamada de lo Salvaje': la necesidad de encontrar un lugar en el mundo

'La Llamada de lo Salvaje': la necesidad de encontrar un lugar en el mundo

3´5 Butacas de 5

Si repasamos la historia del cine podremos descubrir que es difícil encontrar papeles serios para los animales. Suelen reservarse para momentos graciosos o en producciones destinadas al público infantil. Lassie, Rintintín o Rex, el perro detective, han despertado el lado más sensible del espectador, movidos, posiblemente, por una creencia en la bondad innata de los cánidos. Sin embargo, en algunos casos, pueden ser representados como símbolos de lo oscuro, de lo terrorífico, unos guardianes infernales que, solamente con enseñar sus dientes, provocan el horror. Cujo (1983) demostró el gran potencial que tienen para papeles de esta clase, pero la producción que nos ocupa va un paso más allá.

La llamada de lo salvaje usa la historia de la novela homónima (conocida normalmente como La llamada de la selva) escrita por el estadounidense Jack London. Publicada en 1903, se inserta en los días de la fiebre del oro que azotó amplias zonas de la parte norte del continente americano en el siglo XIX. Los perros se convirtieron en unas imprescindibles herramientas para la supervivencia y el transporte, desbancando a los caballos y las mulas, si bien London los empleó de otra forma. Buck, el protagonista, es un perro que pasará por varias aventuras, viviendo buenos y malos momentos. Amos y compañeros animales crueles se turnarán con otros más justos en un viaje por la geografía buscando una nueva identidad. Se podría decir que la obra nos muestra algunas de las grandezas y las bajezas, las luces y las sombras, de los seres humanos a través de los ojos de un perro.

La cinta posee unas incuestionables cualidades técnicas que se traducen en unos escenarios majestuosos. Bosques y montañas del noroeste americano se despliegan en un esplendor envidiable, con un aire de nueva frontera que hace recordar a los mejores ejemplos del cine del salvaje oeste. Sin embargo, la cuidada fotografía no ocupa el foco de atención y es utilizada con medida para servir de marco de la historia, como un decorado imprescindible pero que nunca quita importancia a los personajes.

Cuidando bastante bien el relato de London, se ha realizado un esfuerzo titánico por recrear al gran perro protagonista, usando un animal real de modelo y completándolo con unos magistrales efectos digitales. Gracias a ellos veremos sus cabriolas, carreras e incluso unos gestos faciales que casi parecen humanos. Lejos, eso sí, del histrionismo del Scooby-Doo de imagen real que hemos podido disfrutar (o sufrir) desde el año 2002. Sin decir una palabra, los gestos y caras del animal nos dejarán una impresión de lo que está pensando y sintiendo, apoyados por la voz de Harrison Ford como narrador. El querido Han Solo e Indiana Jones es otra de las sorpresas de la película. Su papel, el del huraño John Thorton, es interpretado con mesura por un veterano que sabe cómo reflejar la profundidad de algunas almas sin eclipsar al protagonista del film, el perro Buck.  Como curiosidad cabe mencionar el minúsculo papel de Karen Gillan, célebre por sus papeles en Doctor Who y el universo Marvel, en uno de los personajes menos relevantes de la obra (Mercedes).

Para los que han disfrutado de la novela, es posible que, como en tantas ocasiones, les pueda resultar decepcionante esta versión. Existen partes que se omiten y parece que 20th Century Studios ha querido ignorar los momentos más cruentos y salvajes para ofrecer un espectáculo para toda la familia. Sin caer en el sentimentalismo barato, más de un espectador puede encontrar relajante su historia, con una interesante moraleja sobre el significado del hogar y nuestra necesidad de encontrar un lugar en el mundo.