'El Hombre Invisible': el crimen siempre deja huella

'El Hombre Invisible': el crimen siempre deja huella

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En el segundo libro de su República, Platón nos describe a un hombre llamado Giges, un humilde pastor que encuentra un anillo mágico que le permite ser invisible. Las nuevas posibilidades que se le abren ante sí tientan intensa y profundamente al personaje, corrompiendo su moral notablemente. Esa idea fue recogida milenios después por H. G. Wells en su inmortal novela El hombre invisible (1897), usándose como material para otros relatos escritos, televisivos y cinematográficos. Esta última versión recoge el testigo pero reformulando completamente la idea para adaptarla a los nuevos tiempos, en sintonía con una sociedad que parece preocuparse más, al menos pública y aparentemente, por las situaciones de maltrato y acoso.

Cecilia (Elisabeth Moss) vive dominada por un novio maltratador, Adrian (Oliver Jackson-Cohen), cuya genialidad le permite investigar la invisibilidad desde un punto de vista científico. La decisión, por parte de ella, de romper la relación, provocará una serie de reacciones que no dejarán un momento de respiro al espectador. Con muy pocos momentos de tranquilidad, la aparente paz que consigue la protagonista se verá rota por una amenaza que perece estar solamente en su cabeza.

La primera impresión de la cinta es la de una forma de contar, desde el punto de vista de la víctima, el mal que puede hacerse cuando la obsesión se convierte en acoso. El hombre invisible pasa a un segundo plano, de forma tan patente, que sus frases pueden contarse con los dedos de una mano. Probablemente es el mayor elemento de originalidad, aunque no el único. El miedo constante de Cecilia le llevará casi a la paranoia e incluso sus más allegados dudarán de su palabra y cordura. Relatando lo que más de una víctima real ha sufrido, llegará a pasar de ser considerada la víctima a una criminal, en un descenso a la locura donde la actuación de la protagonista (ya reconocida por sus papeles en Mad men y El cuento de la criada) brilla con luz propia. La invisibilidad, a pesar de su importancia en la trama, casi podría decirse que juega un papel secundario. La obsesión patológica y criminal de Adrian se convierte en lo realmente escalofriante y provoca las situaciones de tensión y miedo de la cinta.

El guion, con una sensación de tensión constante durante su mayor parte, trabaja los consabidos momentos de sospecha y relajación, cuando parece que el peligro es inminente pero todo queda en un mero equívoco. La trama permite ver que las fuerzas que amenazan a Cecilia poseen una lógica fría y calculadora, atrapándola en sus redes, haciéndola perder su credibilidad e incluso transformándola. Esto último destacará en los últimos minutos de la producción, cuando podremos comprobar qué consecuencias psicológicas se derivan del drama que vive la protagonista.